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FÚTBOL DE BARR(i)O

“El barrio lo envidia: el jugador profesional se ha salvado de la fábrica o de la oficina; le pagan por divertirse, se sacó la lotería”.

                                                                                   -Eduardo Galeano, escritor uruguayo

¿Qué es el fútbol? Gary Lineker, el histórico centrodelantero inglés, dijo una vez que es “un deporte de 11 contra 11 en el que al final siempre gana Alemania”. Pero la verdad es que para jugarlo, ni hace falta ser alemán, ni juntar a 22 personas.

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Jorge Valdano, argentino, filósofo empírico, futbolista de profesión, decía que es “la cosa más importante de las cosas sin importancia”. Eso mismo debe pensar Byron.

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No, este no será un típico relato de lustradores, porque si algo le sobra al fútbol de barrio, al fútbol de barro, es brillo propio. Pero sí, la historia comienza con Byron, que además de ser un niño pinulteco de siete años, es lustrador.

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Y futbolista.

 

De barrio.

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-¡Lustre, lustre! -me gritó desde el arco que defendía. No sería Ter Stegen, pero de momento no había encajado.

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-No, gracias. Estoy bien así. -le respondí, de pie contra la cerca. Tampoco sería el Camp Nou, pero la cancha del parque central de San José Pinula había juntado a unos cuantos hinchas alrededor de una chamusca infantil.

 

-¡Andá, ponete en la portería! -No, en definitiva este otro no sería Carles Puyol, pero reprendió a Byron por su desliz cual capitán de primera.

 

-Lo más importante es el trabajo. -Lo dije arriba; tiene siete años. Así que no, esa frase no sería la de un viejo de oficina.

 

Seguramente a Byron y su pandilla les habría encantado estar jugando todo el día en aquel parque: una pelota de plástico, 6 chicos por bando y, por porterías, cuatro cajas de lustrado, dos por cada arco.

 

Los buenos jugadores, regularmente, salen de los estratos medios y bajos. ¿Por qué? Porque tienen el contacto de la calle, en los campos baldíos”. Ahora viste camisa a botones y gorra, pero hubo una época en la que “Mincho” Monterroso, Benjamín en el pasaporte, calzaba botas de fútbol y se enfundaba en la camiseta de Municipal, con la que ganó la Copa de Campeones de la Concacaf. Único título guatemalteco a nivel confederativo.

 

Y hubo otra época en la que salía a chamusquear (jugar una pachanga, un picadito) con los amigos del barrio. “Cuadra contra cuadra. Desde las tres de la tarde hasta las siete”.

Monterroso se retrotrae con añoranza a esa época, y lamenta que esa práctica, la del fútbol de calle, se vaya perdiendo.

 

“Yo fui un afortunado”.

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PRE-FÚTBOL

-¡Vamos muchachos! ¡Metan la pierna, metan la pierna!

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La entrenadora del Club Deportivo Once Estrellas gritaba aireadamente a sus jugadores. Iban perdiendo 2-0 y la cancha embarrada del Parque Érick Barrondo (Zona 7 de Ciudad de Guatemala) no ayudaba en nada.

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Todo lo contrario.

 

En la banda, muy cerca de ella, Emerson Waldemar Revolorio. La expresión “dejarse la piel en el campo” se tenía que aplicar a la inversa para él y sus compañeros: se habían dejado la cancha en la piel.

 

“La verdad es que es bien importante. Lastimosamente hay chicos que se desvían y les llama la atención otras cosas”, dice Carlos Amaya, padre de familia de otro jugador del Once Estrellas.

 

Los chavos solo salen a fumar marihuana o a tomar cerveza”, explica Emerson.

El fútbol de barrio es esencialmente de los niños. No es un deporte, es un juego, para muchos el único que les interesa, y el más accesible, porque tienen por cancha toda la ciudad.

 

El problema es cuando la ciudad se les va reduciendo.

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El Once Estrellas compite en un torneo sabatino organizado por la Fundación Rojos del 74, presidida por Mincho Monterroso. El club es originario de la Zona 6, una de las áreas más peligrosas de Ciudad de Guatemala, reconocido territorio de las maras. La mayoría de sus integrantes son de ahí.

 

“Ahí aprendí a jugar balón. Me llevaba unos buenos raspones… pero es así como se aprende”, narra Emerson.

 

Monterroso entendió el valor del fútbol callejero del que él mismo salió, y por eso decidieron impulsar esta liga. “Es un fenómeno social que sirve para experimentar distintos sentimientos: alegría, pasión, ganas… la derrota, tristeza, lágrimas…”.

 

Once Estrellas perdió ese partido, pero para muchos ha sido una victoria. Emerson se hizo fuerte entrenando en la calle, y se ha mantenido lejos de los nuevos vicios gracias al balón. Carlos Amaya duerme tranquilo sabiendo que su hijo no estará metido en los conflictos tan propios de la zona en que viven.

 

Monterroso ve cómo la vieja escuela busca no morir.

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POST-FÚTBOL

18:30 del sábado por la noche. Lejos quedan los partidos infantiles y juveniles de la Zona 7. El agua que quedaba estancada en las canchas del Érick Barrondo ahora caía del cielo.

El estadio municipal de San José Pinula tenía las luces prendidas, el graderío con unas cuantas personas y un olor a cerveza de lata tan inconfundible como incompatible con lo que se vivía entre arco y arco.

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Era la Liga de Veteranos.

 

“Los requisitos son tener 40 años o más y DPI”. Carlos Samuel Álvarez Álvarez respondió mientras se quitaba su camiseta rojiblanca para ponerse un chubasquero. Él es el dueño del Deportivo Santa Sofía, uno de los equipos fundadores de la Liga de Fútbol de Veteranos de San José Pinula.

 

Cada sábado, 16 equipos se reúnen en el estadio municipal para disputar los ocho partidos de cada jornada. El torneo lo organiza la Oficina de Deportes de la Municipalidad, y la patrocina el alcalde.

 

Desde mediodía y hasta las ocho de la noche, el estadio de ellos. Un campo acostumbrado a albergar partidos de Segunda División se convierte en el escenario de señores acostumbrados a oficinas, talleres y carpinterías.

 

“Lo que nosotros andamos buscando es hacer deporte; aunque ya estamos viejitos, pero andamos moviendo el balón”.

 

El Álvarez por partida doble dice que les ha ido “a la larga, no bien, no mal”, pero eso no les importa, porque compartir con los amigos, anotar algunos goles y la cerveza de después son la motivación para practicar este juego que para otros, menores a ellos, es un negocio.

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#INFRAFÚTBOL

Así tituló Enrique Ballester, uno de los periodistas del grupo conocido como Hooligans Ilustrados (España), su último libro. En él cuenta las historias del día a día del Castellón, un equipo que se maneja entre la Segunda División B y la Tercera de su país.

 

Súper élite al lado de lo que nuestros prefutbolistas y postfutbolistas acostumbran, que no por ello dejan de ser futbolistas.

 

Quizá así deberíamos rebautizar a este fútbol: Infrafútbol.

 

Aunque, en lo personal, prefiero que sea FÚTBOL DE BARR(i)O.

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