Con todo y el campus nuevo, que ahora está en el municipio periférico de Fraijanes, la Universidad del Istmo (Guatemala) sigue siendo chica. Parqueo chico, edificios chicos, conteo de estudiantes chico… y oferta de cafetería chica.
En los cuatro años que tiene la casa de estudios en su nuevo emplazamiento, hasta cinco negocios han fracasado. ¿El motivo? La poca demanda. Ni las ensaladas ni las comidas hípster se ganaron el corazón, o el estómago, de los
estudiantes.
Pero entre tanta muda de establecimientos, hay uno que sobrevive al tiempo.
Café Gitane.
En un día normal atienden a cientos de estudiantes, dice Celina. Ella ha trabajado ahí desde que abrieron la sucursal de la Unis. Y aún con tanto cliente,
conoce bien los gustos de la mayoría.
-Usted suele pedir el Booster.
-Es que hoy quise probar uno distinto, para decidir cuál es el mejor.
Así respondió a mi pedido, era un batido. Según dice, hay alumnos que siempre piden lo mismo, y otros tan extravagantes que es difícil no recordar lo que luego se llevan impreso en la factura.
-¿Qué le sirvo, caballero?
Celina no sabía qué iba a ordenar el hombre detrás de mí. Tampoco le llamó “joven”, sino “caballero”. Dudo que fuera por el traje, pues los estudiantes de Derecho, con aura pretenciosa, suelen llevarlo.
No.
La verdad es que ella no conocía al caballero.
-Un café americano. ¿Cuánto cuesta, seño?
Él no sabía qué estaba por comprar…
La transacción se completó, el hombre se llevó su café, pero tuvo que volver, porque olvidó tomar un sobre de Stevia.
Aquello era nuevo para él.
Y para Celina también.
-No nos dijeron que iba a haber algo.
Un cartel en dirección al auditorio, aún desconocido para gran parte del alumnado, indicaba la celebración del seminario “Educar en la fe”, parte de un diplomado en Teología que ofrece la Unis, de clara ideología católica
conservadora.
La cafetería estaba distinta. Por pocos alumnos que pueda haber, el lugar suele llenarse de jóvenes con acné, portátiles Mac y vasos de Gitane. Pero las típicas mesas de plástico, metal y fórmica delgada habían sido enviadas al exilio, o sea, al pasillo contiguo.
En su lugar, mesas rectangulares cubiertas por finos manteles blancos. Ahí no se sentó ningún alumno.
Tampoco eran alumnos la pareja que llegó después del caballero a por un par de cafés.
-Dos americanos. ¿Cuánto cuestan, disculpe?
Se repitió la escena. Ellos no conocían bien la marca, Celina no conocía sus gustos.
Y es que durante los próximos tres días, la cafetería y, por lo tanto, el área de sitios de comida, de la Universidad del Istmo estará acaparada por los “foráneos” que hayan pagado la cuota para instruirse en los métodos didácticos que comulgan con la fe católica.
La carga de estudiantes en el único establecimiento que ha sobrevivido desde el inicio descenderá notablemente, y en su lugar llegarán los caballeros, o las parejas, o las damas o señoritas, que preguntarán por el precio, y que dejarán a Celina sin idea previa de cuál será la orden.
Por unos días, el café universitario cambia de paladar.
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